Muestra de poemas
Juan Suárez
Número revista:
5
El olvido
Solo pueden serte gratos, señor,
los que poco recuerdan,
los que no han sentido la memoria entrando en ellos
como un toro bramando,
con sus dientes y su pelaje transformando la luz,
con esas imágenes tan tristes como corales de pecera,
como hierba seca en los lugares que dejamos.
Bellos serían, señor, estos barrios
si pudiéramos olvidar
que aquí vimos cojear a un niño.
Cálida sería esta plaza
si no recordáramos el rictus de la compañera
cuando la arrastraban, atada, los caballos.
Qué agradable sería tenderse junto a las tapias
si no recordáramos los gruñidos de los perros
desolados y leales
que lloraban a la hembra amarrada.
Cuánta tranquilidad habría en la vida
si pudiéramos olvidar lo que es el corazón
y lo hiciéramos uno
con la primera roca
que dejó su peso en nuestras manos.
Quizás la verdadera compasión
la merecida clemencia
sea un breve derecho al olvido.
Pero nosotros no fuimos
como los perros, como los gorriones
como otras tantas criaturas
hechos para inspirar misericordia.
Las memorias nos doblan las vértebras
hasta que solo nos asombra el asombro.
Una sola vez podemos preguntar:
¿es lo que escucho, madre, el trotar de los caballos?
¿son mis brazos extensos como los puentes?
¿es aquel hombre que grita en la plaza
alguno de los hermanos que he perdido?
¿dónde están, si no bajo los árboles?
¿es temor lo que siento al mirar la rosa?
Y las respuestas nos persiguen por la vida
y vivir no es otra cosa que ir acumulando
en pequeños cofres dentro de la frente
cuerpos verdosos de moscas
y huesos de falanges que nos apuntaron,
huesos de mascotas y amigos
picoteados por el uso
y rara vez una luciérnaga exiliada.
Señor,
solo tú tienes el don del olvido.
Solo tú que nos olvidaste en los suburbios del alba,
solo tú que olvidas atender el timbre
y nos dejas en la calle con nuestra caja
llena de nombres, gestos últimos, febriles espantos
y tardes
tardes en las que perdimos hasta la simpatía de las palomas.
El jardín
El jardín amordazaba el grito del granizo,
sometía a la ira entre los brazos de la hierba
y cuando todo lo demás era un derrumbe,
el jardín se parecía a un país.
Allí nos sentábamos a menguar con los narcisos
que permanecían bellos después de morir
y nos invitaban a envejecer con mansa lentitud.
Qué más podía ambicionar un hombre
como yo
que buscaba solamente un sitio
donde pudiera olvidar
la áspera belleza de las cicatrices.
Nadie, en mitad de su vida, dirá con honestidad
que es feliz.
Pero ciertamente, ciertos días
uno sospecha conocer la paz.
Y parece que basta. Pero entonces vemos revolotear un halcón oscuro
tras las cercas,
una sombra, una insignificante ráfaga de aire
arropada a nuestros ojos con los velos de la Epifanía.
Y nos parece ver una mano alzada en la distancia
y nos parece oír el temblor de lenguas
que dicen nuestro nombre. Y confiamos en ellas.
Y las seguimos.
Pero basta cruzar los límites del jardín
y uno se da cuenta que ha olvidado lo que buscaba
con el mismo mínimo esfuerzo
que requiere el odio
cuando alguien se nos adelanta
en la fila del hospital, en la fila de la historia
o la verdulería.
¿Cuáles fueron las mínimas promesas que me hice
cuando salí del jardín
persiguiendo fantasmas que me prometían
conquistas que otros antes de mí habían agotado?
¿Qué llave de qué pobre reino pensé llevar a casa?
¿Qué promesa me hice
que al mirar por sobre el hombro
sé que no he logrado cumplir?
De nada sirven
el pensamiento, la culpa o el anhelo.
Al final solo importa encontrar
entre el polvo y la ceniza
una corteza de pan
que nos permita disimular las manos huecas
los huesos huecos, el tórax como vacío globo de fiesta
y decir que no todo fue un derroche de aliento,
una forma lenta e incansable de perder.
Con ese jardín dejé un perro
dichoso de recostarse en la luz
y un amor que pudo ser el último.
¿Qué excusas les diré cuando vuelva?
¿Qué se debe decir
cuando uno regresa
y ya no está la respiración
de los que crecieron respirándose?
Las hormigas han hecho su país en el jardín.
Y en mis manos
la espada del futuro
ya no sirve
ni para pelar naranjas.
Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2021