Almacén
Carlos Luis Ortiz
Número revista:
10
Almacén
De lo que fue ayer,
queda un pedazo de sable que corta la memoria que decrece.
Asisto al lugar donde perduran los sombreros de paño,
a los cartones que simulaban moradas oscuras,
a la conversación con el frío de la tarde encerrada entre las cajas de clavos,
o envuelta en los sobres de anilina.
¿Quién usurpó mi espacio dentro de los escaparates?
¿Quién dejó que las cobijas se arruguen?
¿Que mi escondite debajo de las vitrinas
padezca la soledad de las franelas,
de los manteles, de los suéteres para los escolares?
Aprieto ahora madejas de cedilla, tubos de hilo,
trago botones comprimidos para huir.
Para disfrazarme de seis años y temerle a la máscara de los hombres.
Podía imaginar en la hilera de telas inglesas, casimires, piel de ángel, terciopelo, lino,
la sucesión de edificios de colores en una ciudad de brea.
Podía prender y apagar las radios envueltas en su estuche de cuero,
y mover el pedal de la máquina Singer
subir la escalera de guayacán, alcanzar la cima y elegir la mochila
para el final del invierno,
para retornar al puerto,
del que solo podía salvarme la hoguera del río.
Ahora construyo castillos
imperfectos, desechables,
no como los que elevaba con pasadores,
ni con encajes ni randas,
esas, mis construcciones, eran saetas.
Los ejércitos encendían sus fusiles de plástico,
yo, en aguaceros sobrevolaba
mientras medían sus augurios junto al sonido de las puertas.
A la sombra de la abuela
levantaba gritos de guerra,
juegos de perpetuo silencio,
lánguido silencio;
Invadido por comparsas,
carnavales temerosos,
por el atavío,
por las cadenas y las pieles transgresoras.
Tiempo de la ausencia,
tiempo del tren
con sus hierros de blando pasado,
color de la ausencia
en naves de madera
hacia las cuevas imposibles.
La pirotecnia en los antebrazos de la madre,
el resplandor sobre la dermis del último flagelo.
Noches de piedra
de roca estridente.
Fosforescentes los habitantes del cielo,
los que se esparcían entre humos y explosiones.
Sólo la luz sobre las torres de la iglesia
sólo la luz sobre las flores aéreas del parque.
Triste el abuelo depositaba remordimientos en una urna sin albas.
afuera la fiesta…
El almacén perduraba en el cascabel triturado
en la alquimia del espejo,
en la imagen de una santa que escapaba a las bodegas para recuperar su cuerpo.
El pan de la tarde remojado en la cálida espesura de la leche en la trastienda
el papel de precios para calcinar el valor a las cosas
y una campana que entraba con la juventud de la noche encrespada a la montaña.
A la intemperie se elevaba el barrio
entre escondidas, florones, y trompos tallados de inocencia,
no había más astros que las canicas en su nido de tierra,
que los balones con un implante de bleris.
Relicario del yo envejecido
relicario del yo que enmudece.
El orbe en aquel lugar del yo infinito.
Donde convergían las habitaciones del sol,
las anemias del agua.
Almacén del verbo y del escape,
de madres que abrigaron candelabros,
almacén:
cuerpo de todo el espacio,
estibación del recuerdo
¿Quién enciende el televisor a estas horas?
¿Quién le da manivela a la radiola?
“La atmósfera se tuerce ahora que todos han partido. Rodrigo me contó entre las fauces de un sueño que camina después de muerto sobre las alfombras. Que captura los silbatos que Genaro fabricó en domingo de ramos. Que diseña submarinos con la urgencia del polvo”.
La sensibilidad en auge,
sensibilidad que nos fue diluyendo en mudez tan nuestra.
Aspaviento en el pecho ahora,
aspaviento en la baldosa verde ya cuarteada.
** Tomato de Almacén (Universidad de Cuenca, 2012). Primera mención de honor en el Concurso Nacional de Poesía César Dávila Andrade.
“Deshabitado el tiempo, su angustia se ladea
como viejo caballo sin querencia”
Esteban Cabañas.
UNO
El cielo ha de perforarse
cuando el poema sea más puro que el hueso,
cuando en una línea quepan los continentes y las llanuras de la noche,
un día oscuro y tan amplio como el ojo del pez muerto.
Mis compañeros salvajes desnudarán sus cuerpos
hasta encontrar la calma.
Y ya cuerpos sin cuerpos ascenderemos.
DOS
Animal herido en la pronta ciudad donde el sol llora,
llamas infinitas que traen ciudades lejanas.
La herida en el pavimento
que agita el vuelo y donde muere la ola secreta.
¿Por debajo habrá un aguacero mutilando a los muertos?
El epicentro es caminar entre manglares rojos
como el ajedrez de los árboles
como el cable con el que me suicido
siempre imaginario.
Rojo el brazo resucitado y el amor en las cenizas.
Preñado animal de cáscaras lunares
de orificios donde apaciguar el tiempo contrario,
cuando existir es un viento arrodillado en las costas.
POEMA FINAL
Matar al poema
y acudir siempre al lugar del crimen
de donde emergerán flores tan anchas como la eternidad.
** Tomado del libro Biografía del espejismo (Consejo Provincial de Pichincha, 2012). Segundo lugar en el Premio Pichincha de Poesía 2012.
LUCIANA CON LUZ Y SOCIEDADES DE FONDO
Los escenarios que iluminan el torso desnudo de la jinete de mar
Son la limpieza que purifica el sueño del padre
Quién ahora mira como los fantasmas del presente se evaporan
Como las antiguas cárceles de barrotes cincelados con sabia humana cambian de colores.
Están dispuestos nuevamente los espacios abiertos
La luz que triza la cabeza de pintores muertos a los que reza su melancolía.
Modigliani, Klimt, Utrillo,
Modigliani / Modigliani
Unísonos en la neblina del ayer inquebrantable
Luciana conversa en un lenguaje arcano con niños que hacen su casa de salmuera
Su hospedaje es caliente donde todos hablan bajo porque afuera la vida los despierta.
Se muy poco de su idioma, pero es emergente en mi medio día
El cristal mezclado con viento
El rojo y el negro de sus diálogos
Sus amigos lejanos e inteligentes.
Luciana traerá en sus manos el agosto de los enigmas
Me contará como estiraba el pincel Amedeo
Como enloquecía Maurice Utrillo
Como era Paris cuando todos los cuellos de las mujeres crecían
Porque ella vendrá de una patria donde ya todo ha sucedido
O quizás quiera compartirme el preciso instante en que despega la estrella de la mañana
La estrella de los alquimistas,
el ocaso de las basílicas y todos los secretos de sus puntas.
La jinete de mar aspira desde muy adentro las antiguas crónicas de indias
Y los romances andaluces
El cante jondo
La saeta, el cantar
Tiene la estirpe de los calés, de los navajos
Y un collar de espinas para la defensa.
Un escenario de amarillo antiguo tiene su piel para el padre,
Los girasoles de Rusia
La abundancia del agua
El saxo de Bubulina
“Para hacer esta armonía es preciso un nuevo ser,
capaz de nacer mil veces y crecer”
Luciana se ha perdido entre los tambores de Calanda
Pero me llega su sonido 3.000, 4.000, 30.000 tambores para su fiesta en la espera
Que nadie sabe de la altura de su travesía ahora
Ni la posición de su brújula
Modigliani, Utrillo, Klimt, Chagall
Tanto color ahora
Y tanta cabeza desflorada
Luciana 2.000, 3.000 nudos de velocidad ahora
Espero a que toques mi puerta de corazón transparentado.
Y que brotes en mi silencio como una hija de tres mil años
** Tomado del libro El fuego de San Telmo. Segundo lugar del Premio Nacional Poesía en Paralelo 2019.
Carlos Luis Ortiz (Guayaquil, Ecuador, 1979) Poeta y profesor universitario con una maestría en Estudios de la Cultura con mención en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha obtenido importantes reconocimientos a nivel nacional e internacional como la primera y única mención de honor en el Concurso Nacional de Poesía Jorge Enrique Adoum en el 2005; el Premio Nacional de Poesía Ileana Espinel en el 2009; Primera Mención en el Concurso Nacional de Poesía César Dávila Andrade en el 2011; segundo lugar en el Concurso Nacional Premio Pichincha de Poesía en el 2012; así como varias publicaciones individuales y colectivas. Por el momento gestiona próximas publicaciones.