Narrativa
El silencio de Dios
Jorge Vargas Chavarría
Número revista:
10
El sonido inconfundible de la muerte en el golpe de una piedra contra el suelo.
Un calor se esparce en su cuerpo. Le quema el estómago. No se atreve a mirar la destrucción a sus pies, que los otros niños husmean ahora con un palo.
—Ya, Fausto, ha sido un juego. Di algo —le pide Panchito.
Los pájaros del bosque detienen su canto. Fausto oye y siente el silencio como a un enemigo. Se cuestiona si acaso ese silencio del bosque es Dios.
Éxodo X
Luis Carlos Barragán
Número revista:
10
Cuando la gente cambia, todo alrededor cambia: la vida deja de ser la misma.
Me aliviaba saber que en algún lugar del mundo habría una casa o un armario con todo lo que le quedaba bien a mi nuevo cuerpo: zapatos de la talla adecuada, una vida, un amor y una familia a mi medida.
Trajiste contigo el viento
(fragmento de novela)
Natalia García Freire
Número revista:
10
...Míralos, Mildred, sordos al viento y ciegos como animales perversos. Con voluntad de esclavos. Mira a los hombres y a las mujeres creados por el Verbo, moldeados con el polvo de estrellas muertas. Mira su cuerpo, que es el cuerpo de Cristo, y mira sus ojos perdidos, sus huesos viejos a punto de romperse. Mira al pueblo de Dios que te ha abandonado. Mira al pueblo de Dios que has maldecido. Todo Cocuán seguía cantando, apretaban los labios. Algunos levantaban sus manos, sus ojos se nublaban, se cubrían con un manto blanco. Trataban de huir y no podían. Los demás los retenían, los obligaban a cantar. Un pueblo es una cadena hecha de pesadillas.
Grietas
Alba Martin de Villodres
Número revista:
Huacos
A mi cuerpo lo que le gusta es gritar.
Estirarse despacito entre las sábanas sintiendo sus imperfecciones, perderse en el bosque rozando el musgo, persiguiendo pájaros, masturbarse al sol en un balcón abierto de par en par completamente desnuda,
completamente sin mente mi cuerpo logra volver a mí
y ocupar lo que le pertenece.
Archivos del cuerpo
Lucía Villaruel
Número revista:
Huacos
...lo que no me gusta de mí misma me cuesta aceptarlo en mi madre, pero me es muy fácil amarlo en el cuerpo de mi hijo. Cuando le vi por primera vez le dije: saliste morocho. La doctora creyó que era una queja pero era orgullo. A veces, solo a veces, me siento realmente en mi territorio, en esta mediterraneidad latente, en este clima marítimo de cigarras, de puerto, de mistral, de madre y de gente hablando fuerte. Mis pies se relajan cuando me bajo del avión y ellos pisan la tierra natal.