(Fragmento de novela)
Anatomía transparente
Rommel Manosalvas
Número revista:
10
32
Me tomo una píldora roja. Hoy el cuerpo me arde, me escuece en lugares a los que no llegan mis dedos. Me tomo una píldora y me echo en la cama. Afuera, el ruido de los carros; adentro, solo el golpear de vísceras en habitaciones angostas haciendo vibrar los cristales. O es que mis ojos tiemblan y se enturbian.
Me quedo dormido y sueño con trenzas larguísimas, con blusas floreadas. Sueño con moscas que brillan como constelaciones inquietas. En mi garganta se acunan gritos que devuelvo sobre un papel convertidos en palabras como miedo, sexo, enfermedad, muerte.
Me levanto y me crujen los riñones; el cuerpo se desmantela, se deshace en un charco de quejidos. Meo y el inodoro se inunda de un mar de amarillo corrupto con islas de espuma. Debe ser la pastilla rosa que se ha desintegrado en mi sistema. Hay moscas que brillan como ojos, la cabeza me pesa y me parece ver a través de un microscopio bacterias que flotan sobre una placa Petri. Lloro y me ensucio encima igual que un niño. El piso apesta a mierda y a orina de enfermo. Estoy soñando, madre, y lloro porque en realidad me he ensuciado como un bebé.
Hay una mancha café sobre las sábanas y siento un hueco en el pecho y un palpitar en la panza. No sé qué es esto de morirse. Me levanto y la caca se desliza, abúlica, entre mis piernas de carrizo. No tengo fuerzas para limpiar, así que me desnudo y arranco las sábanas de la cama. Todo es un puto mierdero. Tengo náuseas.
Mi mente se nubla; se llena de una nubosidad gris. Hay colillas en un cenicero manchado. Las plantas que sembré en macetas de terracota no crecen lo suficiente. Son imitaciones en miniatura de los árboles de la plaza. Algunas plantas se secan bajo el cielo estrellado. Entre sueños repaso una imagen que tuve de un cuerpo oscuro que se convertía en larva.
Muerdo una manzana y la carne se vuelve roja. Mis encías sangran. Los zancudos me pican las piernas de noche. ¿A dónde va mi sangre en las membranas diáfanas de las moscas? Me siento incómodo y me rasco hasta que la montaña se vuelve púrpura y sangra y gotea sobre el suelo, y yo me unto mentol como si tuviera cinco años. A veces quisiera tener cinco años. Me como las uñas, me arranco pedazos de los labios, me hurgo la nariz, me arranco cabellos que en el suelo forman grietas. Anoche soñé con un cuerpo-larva que me caminaba sobre la piel.
No sé, serían quizá los zancudos en medio de su festín trashumante.
Y esta mañana, a primera hora, la pastilla rosa. ¿O debía tomármela anoche, entre lagunas de saliva y lágrimas? Apenas una semana, y ya estoy en los huesos, y la náusea se intensifica cuando bebo la leche y la devuelvo con el tinte rosa del fármaco.
Lloro de nuevo.
Mis lágrimas son rosa, del color de las nubes al atardecer industrial de esta ciudad que se apaga; del color del esmalte de mamá por las mañanas, lejos, en su casa hecha de luz. A veces pienso que esa luz es la que vela a los monstruos que se pasean haciendo rechinar las puertas. Aquí, en cambio, la oscuridad me oculta del mundo y de mí mismo, pero a veces me veo, y lo que veo es del color de una píldora rosa: carnes blandas, lipodistrofia, huesos finos, ojos sin cejas, rastros de vómito en las paredes.
Frank viene en las tardes y me baña, me limpia las babas y las lágrimas que se vuelven mar sobre mi piel llena de erupciones sanguíneas. Me besa, me enjuaga, me envuelve en toallas secas y rasposas. Le digo que no puedo, que quema, devuelvo la comida entre arcadas y la carne se estrecha sobre mis huesos. Yo, que odio ser flaco, me voy reduciendo a nada y eso me espanta porque sigo vivo. No se supone que sigas vivo cuando eres solo huesos. Él cambia las sábanas, abre las ventanas, me acaricia la frente, y, cuando me besa, siento el sexo inerte, lánguido, como si la muerte ya hubiera tomado su lugar en ciertos espacios de mi cuerpo.
«Estoy aquí», dice, y tengo la tentación de decirle que lo amo, pero me contengo porque no es cierto, es solo gratitud y la gratitud no es amor.
Me recuesta en una cama limpia de sábanas perfumadas, conversamos de todo, de su arte, la universidad, la ciudad bajo la mortaja de nubes, y cuando se va y cierra la puerta, resuena el eco de sus pasos en el pasillo, el viento en la ventana y un mundo de insectos en las esquinas, congelados.
Sueño.
Rommel Manosalvas (Quito, Ecuador, 1992)
Escritor y arquitecto. En 2019 su cuento "Disforia" fue antologado en el libro “Los que vendrán 20 20”. Su ensayo “Victor Hugo y las redes sociales” quedó finalista en el concurso sobre arquitectura moderna “Miradas plurales y diversas” y se publicó en la editorial del CAE. En 2020 su cuento “Abuelita” ganó el II Mundial de Escritura entre 5.402 participantes de 42 países, y la traducción al inglés fue publicada en The Yale Review a mediados del 2021. Cursa una maestría en literatura y escritura creativa en la UASB.