Ensayo entrevista
Prolegómenos a un retorno a El Salvador
Sebastián Oña Álava
Número revista:
Tema entrevista
El sueño del retorno / el viaje de retorno: en ambas formas de concebir el movimiento de regreso, ambas apuntadas en distintas partes de la novela[1] de una u otra forma según como imagina el narrador su vuelta, se establece un preámbulo: la novela termina antes de que Erasmo Aragón, el protagonista, aborde el avión que lo llevará de México a El Salvador tras años de exilio. Retorno, regreso, vuelta: ¿de dónde y hacia dónde? Dar cuenta de la imposibilidad de fijar acontecimientos concretos en la oscilación entre un antes y después es acaso lo único que puede decir el narrador, y no, como lo demostrará con su verborrea (este es un rasgo que se repite en los narradores en primera persona de Castellanos Moya) por una incapacidad de memoria ya que recupera algunos hitos puntuales de su vida de periodista en su exilio de la guerra y posguerra salvadoreña. Al parecer lo que cuenta no abarca lo que intenta decir: no es suficiente y desborda.
Un exceso en lo dicho, lo que en otras novelas pasa constantemente (pienso en El asco, pero sobre todo en Insensatez donde las palabras son incapaces de alcanzar las imágenes), donde el regodeo de la ironía del que narra como testigo (en Castellanos Moya habitamos un mundo de muertos), no alcanza a decir algo / más ante la fractura. Regresos a traumas que al objetivarse, al narrarse, al decirse parecen no alcanzar. Alcanzar qué, cuál es la búsqueda, esas son las preguntas que articulan la narración, como si tratar de reconstituir / reconstruir un momento anterior al decir, y en ello el protagonista se juega la psiquis, fuera posible o siquiera deseable.
La novela, ubicada poco tiempo antes de un armisticio de paz en la guerra civil, sirve también como marco de algo que es un paréntesis, un lugar de paso de un momento a otro que por lo que dice Aragón no parece deparar de buenas a primeras nada más que ese retorno, que muy bien pudiera ser un retorno al horror de la guerra en forma de tortura para él, algo sobre lo que reflexiona apenas horas antes de comprar el boleto del avión.
Erasmo Aragón cuenta las semanas previas a su regreso a El Salvador a partir de la visita a un médico heterodoxo que le ayuda a aliviar momentáneamente sus padecimientos más próximos: un dolor que él siente en el hígado y al que asocia a su alcoholismo; vive el derrumbe de su relación con su mujer Eva, a quién piensa dejar en México igual que a su hija Evita, por lo menos momentáneamente. El dolor, que en definitiva no es sino el colon irritado, será tratado durante dos terapias con acupuntura. Sin estar convencido del todo acepta una propuesta de hipnosis para acompañar el alivio físico y dar cuenta de recuerdos reprimidos. Entre ambas prácticas, que no apuntan si no a lo mismo, el doctor tratará de remediar la salud física y mental de Aragón que está bordeando la paranoia ante el regreso a El Salvador. Paranoia y desorientación en el espacio tiempo: lugares por excelencia del desbarajuste mental de los personajes en las historias de Castellanos Moya, que parecen disfrutar el exceso en los límites para desbarrancar hacia la abundancia verbal, la ironía y el insulto.
Entonces será en su colon y en su ano (ante los nervios por el regreso un día antes del viaje siente “hormigas en el cereguete”) donde acumulará físicamente los sucesos de la despedida de México y el brumoso regreso a El Salvador. Siente cierto alivio corporal momentáneo y cierta liviandad tras la terapia (sin saber ciertamente qué es lo que ha dicho en hipnosis), lo que lo incita a beber desaforadamente y montar escenas desopilantes ante contertulios salvadoreños, viejos comunistas o guerrilleros clandestinos de su generación con quienes comparte sus días mexicanos. Su postura que juzga tanto a la izquierda como a la derecha en el contexto salvadoreño se asociará según se continúa en la novela con la crisis actual que devela nuevos giros: decide terminar totalmente su relación con Eva tras una revelación de traición por parte de ésta. Así, si en un primer momento no está del todo claro cuál es su posición ante un regreso a El Salvador para trabajar en un equipo de prensa, hacia el final su búsqueda de mujeres (que Erasmo las reduce continuamente a culos) pareciera ser un fin en sí mismo. Un precio demasiado alto o demasiado ridículo si un día antes de abordar el avión se cuestionaba sobre su seguridad (su vida) ante el regreso. Entonces nuevamente: ¿el sueño del retorno o un viaje de retorno? En ese punto Aragón no puede separar más su presente de su pasado: la ansiedad reflejada en la necesidad de fugarse sin más hacia ese sueño que sería un armisticio en El Salvador le sobrepasa.
Tras el tratamiento hipnótico Erasmo empieza a recordar momentos de su vida en ese país. Uno de los más importantes, uno de los más terribles (aunque no medie ningún acto de exculpación) es cuando se atribuye que tal vez, sin intención, delató a un compañero universitario, el gordo Porky, tras lo cual fue asesinado por su militancia. Una de las característica del testimonio de Aragón es que al no haberse vinculado a la lucha armada puede decir, puede contar sobre, puede juzgar o padecer, también, bajo la condición de estar vivo (es una obviedad que se reescribe literalmente en la obra), dar su síntesis, en definitiva, hablar. Esa capacidad de hablar, de persistir, lo exonera ante los que terminaron muertos. O al menos eso expresa, constantemente.
Pero la seguridad que siente ante esa evidencia que parece apelar a un razonamiento concreto es lo que afecta lo que dice y la forma en que lo dice. Se forma un vacío ante lo que no se puede decir, lo negado; sobre sí mismo y los otros. Ese escenario en el que se coloca como testigo es cuestionado a su vez: ¿cuál es el lugar del testigo? El lugar que ocupa ante la voz de un otro ausente nace ya de esa problemática: la desaparición física de un tercero.
La imposibilidad de aprehensión del momento, de poder transcurrir un luto y no abarrotarlo de opiniones de una visión política y moral (o amoral según como se quiera leer) superior es lo que desbarranca en una suerte de empecinamiento de decirlo todo y negarse a abrir los ojos, observar, dejar de lado lo que no se puede verbalizar. El exceso de palabras como un enmarañamiento, una sobreabundancia ante lo macabro de una guerra civil que no da si no para la náusea, como bien lo ha trabajado en novelas precedentes como en El asco donde el paroxismo llega tras la perorata antipatriótica del personaje en el baño de un prostíbulo turbulento donde vomita y tras lo cual compara el baño del lupanar con todo El Salvador. La regurgitación, y no el silencio como un paréntesis, ante el desborde de lo que se dijo y lo que se va a decir a continuación con la misma brutalidad.
El intervalo del viaje de Erasmo, antes de salir a México, tiene un nuevo giro. Su médico, salvadoreño también, debe viajar a su país de origen para enterrar a su madre. El tratamiento queda inconcluso. Lo que más aqueja a Aragón es que el médico se llevó la libreta donde presume anotó todo lo que bajo hipnosis él iba diciendo. Entonces, los recuerdos que parecieran aflorar del tratamiento no provienen de un lugar de ley (el médico); lo que Aragón le dijo al médico tras recuperar sus recuerdos se mantendrá velado tanto para él como para el lector hasta que termine el tratamiento y el médico le pueda dar una suerte de devolución. Tras un ataque paranoico donde trata de robar la libreta del doctor que él piensa está en su casa, solo podrá verlo, o pensar que es él, regresando de El Salvador a México en la sala de emigración de arribo, del lado contrario de donde él espera para abordar su vuelo. En ese cruce, en ese purgatorio, se acaba la novela, velando nuevamente lo que pareciera ser de importancia en lo dicho por Erasmo en esas terapias y que quedará oculto, como todo lo realmente importante que no contó, incluso ante las imágenes de horror que despliega a lo largo de la novela.
En La Sirvienta y el luchador se cuenta el secuestro y asesinato de Alberto, primo de Erasmo, por un comando de parapolicías del Estado salvadoreño. En el sueño del retorno, Erasmo recuerda el episodio donde ve por última vez vivo a su primo en Costa Rica y donde le advierte que con la guerra declarada ni bien llegue al país lo van a matar. Le pregunta si lo toma en cuenta. Alberto le contesta que sí. Entonces por qué vas le pregunta a su vez Erasmo. Por pendejo, le contesta su primo. Antes de abordar el avión (pero el lector ni siquiera sabe si lo aborda) y después de todo lo dicho en la novela, la respuesta de Alberto le calza totalmente a Erasmo. Por pendejo. Esto, claro está, tampoco dice más, y menos explica nada, ante el que muere y ante el que vive para contarlo. Solo dice y del otro lado, los muertos.
El sueño del retorno es dentro de la zaga de la familia Aragón (Tirana memoria, La sirvienta y el luchador, Desmoronamiento, Donde no estén ustedes) un nuevo límite que marca un posible regreso siempre postergado, ansiado, temido también a El Salvador. La zaga que puede ser intervenida en cualquier momento bajo cualquier pretexto como una nueva historia que le acontece a uno de sus protagonistas tiene siempre como límite la diáspora o la muerte de los personajes ante el estallido de la guerra. El regreso ansiado siempre está velado.
[1] Horacio Castellanos Moya, El sueño del retorno, Buenos Aires, Tusquets, 2013.