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La pervivencia del ser

Ensayo

La pervivencia del ser: una lectura a Carta larga sin final, de Lupe Rumazo

Israel Muñoz

Número revista:

5

Tema libre

“Mi madre es un pez. Darl dice que, cuando volvamos al río, a lo mejor la veo dentro del agua,

y Dewey Dell dice que está metida en la caja.

¿Cómo habrá podido, entonces, salir?

Habrá salido por los agujeros que yo hice en la madera y se habrá metido en el agua;

así que, cuando volvamos al río, voy a verla otra vez.

Mi madre no está dentro de la caja.

Mi madre no huele así. Mi madre es un pez”

(William Faulkner, Mientras agonizo)



Leer es un acto intenso y misterioso; una acción que no inicia ni se reduce a la decodificación de signos lingüísticos yacentes sobre una superficie, el trayecto de una lectura empieza mucho antes de abierto el libro y, a veces, no tiene fin. Carta larga sin final, obra de la escritora ecuatoriana Lupe Rumazo publicada de manera original en 1978 es una novela de estructura atípica, una creación experimental que abre, a través de su originalidad, surcos en el lenguaje narrativo; de esquivo acceso, este artefacto literario reta al lector y le impone el abandono de rutas lectoras preestablecidas. La invitación de esta novela propone hacer un atento recorrido por el mundo que teje, tanto desde su estructura externa, como por ejemplo, su división en treinta y tres partes numeradas desde el “0 grados Celsius” al “32 grados Fahrenheit”, imagen poética del concepto filosófico del “eterno retorno”, en donde el “0 Celsius” se encuentra hacia el final con su equivalente “32 Fahrenheit” (momento en el que acorde a esta nomenclatura también se solidifica el agua) dibujando así una circunferencia, figura geométrica de lo incesante. Como desde los múltiples temas que pueden ser descubiertos y explorados por parte de los lectores: muerte, dolor, nostalgia, salud-enfermedad, etc.


Hay libros que nos encuentran y otros que buscamos; hay libros que admiramos y otros que amamos, pero siempre un libro es una puerta con cerrojos cuyas llaves no tenemos. Las aldabas de una obra literaria no ceden si nos acercamos en busca de complacencia, placer, alegatos o erudición. El error no es moral, es un problema de principio en la actividad. Así como quien pretende depositar un líquido en un vaso lleno de orificios yerra con su intención, quien exige algo de un libro se sitúa, consciente o inconscientemente, por encima de éste; al hacerlo lo cierra aunque lo haya abierto. Modestia, humildad, decoro, no son principios morales externos al lector sino partes de una ética posible para quienes pretenden entablar comunicación con una obra literaria. No hay caminos hacia la lectura, solo hay surcos que los vamos trazando a medida que transitamos. El acercamiento a Carta larga sin final debe ser delicado y atento, exige versatilidad, paciencia. En primer lugar, el escrito parece una misiva, una especie de “auto ficción” en la que podríamos identificar a un claro emisor, en este caso al narrador-personaje Lupe Rumazo y a su receptor, el actante Inés Cobo. Sin embargo, las circunstancias de la fábula que dan sostén a la historia literaria inmediatamente llaman la atención, pues se emparejan con un hecho factual: Inés Cobo, madre de Lupe Rumazo, la escritora, falleció en 1974. Este acontecimiento está presente en la narración desde el inicio de la primera carta. Esto, a primera vista, genera una importante paradoja fruto del anacronismo lógico de entablar correspondencia con alguien que no puede responder; lo que equivale a decir que cualquier función apelativa de los mensajes estará condenada al fracaso. Pero esto, y he aquí una de las maravillas de Carta larga sin final… ¡no es así!


Para empezar, el personaje Lupe escribe a su madre con la intención de continuar con una plática a pesar de la defunción. Esta pretensión nos entrega, por un lado, un poliedro de sentidos, un híbrido que no termina de ser ni epístola, ni ensayo, ni novela, sino un artificio que transgrede cualquier norma, pues el destinatario no responde con otra misiva, sino que lo hace inmediatamente, dentro de la narración, como voz ventrílocua. Y, por otro lado, más allá de eso —o mejor dicho,  justamente por eso— la obra nos entrega una revelación ontológica, que la muerte no tiene por qué ser ni un fin ni un nuevo comienzo, sino que puede ser una prolongación de la presencia transmutada en pervivencia.


Al interior de la creación, lo antedicho es parte de la vivencia del narrador-personaje y de un lento proceso de descubrimientos y opacidades. Sucede que éste, el emisor de la Carta larga…, no dicta sentencias sobre el “ser” y el “no ser”, sino que transita por un sendero de dudas incesantes en el que se interrogan cuestiones como: “¿El morir y el punto final se confunden, o media una muralla de Berlín para las riberas este y oeste de aquello que palpita y de lo otro que aparentemente ha dejado de hacerlo?” (Rumazo, 2020, p. 204). Y que le llevan a deducciones del tipo: “Es raro que algo sea y no sea a la vez; no obstante lo raro, lo ilógico nos da categorías de humanos” (p. 44) o “yo no efectúo deslinde entre aquello que palpita y lo otro que apenas está saliente; yo no te separo a ti de mi vida, de mis actos de vida; o inversamente, no dejo de morir contigo” (p. 80). De este modo, sabemos que el personaje no llega a asumir la contradicción como exclusión o generación de opuestos sino como parte del modo de ser de la existencia misma.


¿Y la muerte? Al respecto, el narrador-personaje sabe que su madre ha fallecido, no lo niega, no vive un delirio, pero se rebela a los toscos significados del concepto. La rebelión surge de una intuición, quizás la muerte no es lo que se dice que es. A propósito podemos leer: “Pero fallamos todos: ‘qué lamentable error’ el tuyo y el nuestro, pretender poner vallado a la muerte, como si estuviera fuera y desde ese entorno nos asaltara. Está adentro” (Rumazo, 2020, p. 51-52). Ahora argüimos con la protagonista que la certeza de la pervivencia está en el “adentro” (otro aparente opuesto del “afuera”). Pero son opuestos difuminados porque el personaje no encuentra los bordes entre ambos, no hay una ruptura entre su “mismidad” y su “exterioridad”. El personaje Lupe no evidencia en el deceso de su madre una fatalidad sin más, sino el inicio de una reflexión e introspección frente a una sucesión de fenómenos íntimos que no siempre se le van presentando de manera inteligible, pero que no se cansa de repensarlos: “Si no sé para qué te escribo, es por lo menos para ser solidaria con tu muerte. Es decir, para recorrerla íntegra, para hollar su surco con pies y manos, con todo lo que tenga” (p. 58)


A propósito de cómo Lupe se pregunta por el sentido de lo que le sucede, tenemos los apartados 23 y 24 “grados Fahrenheit”, que narran la visita de ésta a un psicoanalista anónimo con quien se cuestiona acerca del significado de ciertos sueños inquietantes. El esfuerzo psicoanalítico le conduce a partir de la interpretación más lógica y pedestre: “Interpreto: tú no existes ya y yo no puedo aceptarlo; por eso quiero salvarte con mi llanto simbolizado en las jarras de agua” (Rumazo, 2020, p. 160). Hasta la aceptación de una continuidad permanente de su madre no opacada por la ausencia física:


Para mí tú no habías muerto, ni podías nunca desaparecer, ni tampoco parecía justo que murieras jamás. En realidad vivías y quizá más plenamente que antes. Si esto no lo captaban todos, simplemente carecían de conocimientos que solo el dolor lograba entregar. (p. 211)


El vínculo hacia la constatación de que la muerte no es una ruptura abrupta es la vivencia del dolor, un estado que no aparece por la muerte sino por la vida. El dolor aclara la naturaleza de las relaciones humanas vinculadas por el amor; la muerte de Inés patentiza y acorta la distancia con su hija; la desgarradura de la defunción no separa, sino que aúna, cimenta un tipo especial de complicidad, establece una nueva intimidad.



“—¡Éste es el fin! —dijo alguien a su lado. Él oyó estas palabras y las repitió en su alma.

‘Éste es el fin de la muerte’ —se dijo—.

‘La muerte no existe’.

Tomó un sorbo de aire, se detuvo en medio de un suspiro,

dio un estirón y murió”

(Lev Tolstoi, La muerte de Iván Ilich)

REFERENCIAS
Rumazo, L. (2020). Carta larga sin final. Planeta.

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