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Frontera y espanto Libro centroamericano de los muertos

Ensayo

Frontera y espanto: Libro centroamericano de los muertos, de Balam Rodrigo

Andrés H. Serrano

Número revista:

9

Tema entrevista

“país no era entonces la casa era más bien una extraña frontera donde

pasaban cosas que no se podían decir”

-Jorge Humberto Chávez



Existen fronteras y fronteras, pienso. Para explicarlo mejor: la noche me encuentra escribiendo estas líneas dentro de su territorio, pero me alargo. Quizá sea el deseo de habitar los minutos contando esto que me ocurro, o el antiguo pacto que tienen la vida y el movimiento, o el huir; lanzarse a renacer en otro suelo (comportamiento posiblemente heredado de alguna semilla o compartido con ella en alguna sección de nuestro código genético) que me llevan al siguiente minuto y al siguiente de éste y al siguiente, y así. Me acerco a la primera frontera. No puedo fijar el momento exacto cuando la noche deja de ser noche, pero lo atravieso. “La noche ya es día” dice Gustavo Santaolalla (2016,1m35s). De nuevo soy extranjero, migrante, digo yo. Como en toda frontera, algo tiene de muerte este pasaje. Pero existen fronteras y fronteras, me repito.


Este es el origen de la reciente historia de un lugar llamado México.

Aquí migraremos, estableceremos la muerte antigua

y la muerte nueva, el origen del horror, el origen del holocausto

el origen de todo lo acontecido a los pueblos de Centroamérica,

naciones de la gente que migra. (Rodrigo, 2020, p. 28)


Hay otras fronteras que habito y que me habitan en este momento. La geográfica, por ejemplo. Escribo estas líneas desde Ciudad Juárez, lindante urbe categorizada como la más violenta del mundo en los años 2009 y 2010 (Ortega, 2010). Lxs juarenses recuerdan aquellos acontecimientos con los ojos fijos y opacos. En aquel tiempo, 6500 personas fueron asesinadas crudamente en las guerras entre el Estado y los carteles del narco (estos últimos, compitiendo entre ellos por el territorio, jugando su partida con peones de carne y hueso) (Monárrez Fragoso, 2012). Doce años después, me niego a creer que esa violencia ha desaparecido. Lo creería si hubieran desaparecido las huellas ensangrentadas y el rancio olor a semen de la trata de mujeres, las insomnes ansias de cocaína en las calles, los cuerpos descuartizados, salpicados en bolsas plásticas por los caminos polvorosos, las jornadas en “antros” que acaban con 7 personas ejecutadas en la barra. No me malinterpreten, Juárez no es únicamente esto que le ocurre. Habrá otro momento para hablar de su luz y sus semillas de esperanza más arraigadas que “toritos”. Por ahora basta decir que es frontera su alarido elongado y el destrozo colérico de sus entrañas y, que existen, por cierto, fronteras y fronteras.


En este inhumano mar humano no alcanzarían

ni todas las estrellas ni los granos de arena del desierto

para contar la muchedumbre de los muertos,

los desaparecidos, los violados, los torturados, los vejados,

los prostituidos, los aniquilados, los desmembrados,

los masacrados, los hijos de Centroamérica deambulando

entre las llamas de un abismo llamado México. (Rodrigo, 2020, p. 111)


Un gran amigo llegó, hace poco, de visita. Migrante, compatriota de frontera y del dolor humano (hace algunos años decidimos hacer de las fronteras, nuestra patria), vino trayendo poesía, como acostumbra. Me entregó en la mano un ejemplar del Libro centroamericano de los muertos de Balam Rodrigo. Desde entonces volvieron a despertar los gritos, o al menos, dejé de fingir que no se escuchan, cuando atestiguo la doble inmensidad de la noche y el desierto.


Y Dios también estaba en exilio, migrando sin término;

viajaba montado en La Bestia y no había sufrido crucifixión

sino mutilación de piernas, brazos, mudo y cenizo todo Él

mientras caía en cruz desde lo alto de los cielos,

arrojado por los malandros desde las negras nubes del tren,

desde góndolas y vagones laberínticos, sin fin; (…). (Rodrigo, 2020, p. 19)


El libro, ganador del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018, narra con escalofriante potencia los horrores que mueren las y los migrantes, obligadas a abandonar sus hogares en Centroamérica por culpa del hambre, la guerra, las maras, los carteles, los paramilitares, las guerrillas, la violencia doméstica, los abusos de poder, entre otras, en su tránsito por México. Parece injusto y sínico llamar a ese recorrido “tránsito”; habría que llamarlo tortura, carnicería, infierno, y con suerte, en algunos casos, transmutación desgarradora de la carne y el alma. El cruce de esta frontera, del territorio del espanto hacia el sitio de la esperanza (¿este último, existe?), es una de las acciones más enternecedoras y dolorosas que atestigua el continente. Ha dejado de ser el primitivo impulso migrante de lanzarse a una aventura que alberga ciertos peligros para convertirse en un pago de extremidades, entrañas y jirones de alma a las instituciones del horror, para que unxs pocxs logren desanudarse de la violencia y renacer. Lxs otrxs, lxs que se vuelven el alimento de la Bestia, mantienen su dolor elevándose como un canto con coágulos oscuros. Nos hablan desde la incisión que abre Balam Rodrigo, a la tranquila ignorancia de nuestra rutina.


Los cielos masacraron a la luz, que está deshilachada

y en colgajos -fósiles estrellas decapitadas-

desmembrada a ras de cielo.

Así, nosotros, desperdigados en el desierto,

la ropa salpicada entre arbustos y espinales,

flores de informes corolas, desteñidas. (Rodrigo, 2020, p. 73)


El autor, oriundo de Soconusco, Chiapas, utiliza más que su profunda poética (afilada, mística, abominal) y los colores de su humanidad, para comunicar el espanto. Escribe su obra sobre otra obra. El Libro centroamericano de los muertos habita, a manera de palimpsesto, fragmentos de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, colegiada por el obispo don fray Bartolomé de las Casas de la orden de Santo Domingo, año 1552. Este recurso, de más ingenioso, nos ayuda a entender de otra manera la frontera temporal, la difumina. Balam Rodrigo aterriza la conciencia del lector sobre la matanza de los pueblos aborígenes en épocas de colonización, pero sobreescribe en estas atrocidades, las que se siguen cometiendo diariamente contra el pueblo migrante de Centroamérica, en los mismos territorios, con la misma ira sedienta.


Todas las cosas que han acaecido en México, contra los migrantes centroamericanos en tránsito hacia los Estados Unidos […] entre estas son las matanzas y estragos de gentes inocentes […] que en este país se han perpetrado, y que todas las otras no de menor espanto. Las unas y las otras refiriendo a diversas personas que no las sabían, por lo que fui rogado e importunado que de estas postreras pusiese algunas con brevedad por escripto. (Rodrigo, 2020,p.16)


Utilizando la estructura geográfica planteada por Fray Bartolomé de las casas, Balam Rodrigo se acompaña de una multitud de voces para caminar por las fronteras del continente y del sufrimiento humano, revisando dolorosamente los vestigios (siempre frescos) de las atrocidades. Se acompaña de fantasmas y alaridos. Algunos, tienen su propio territorio dentro de la historia personal del autor. No resulta complejo creerlo. El Libro centroamericano de los muertos está escrito con alto entendimiento de la migración y el sufrimiento. Peculiares maneras del dolor y nuevos sitios que han de doler se conocen acompañando a migrantes y refugiadxs. Nos lo cuenta él mismo en sus poemas titulados “Álbum Familiar Centroamericano”, en las secciones (1), (2), (3), (4) y (5), dos de ellos, acompañados con fotografías de su familia y migrantes centroamericanos a quienes acogían en el tránsito hacia la esperanza. De muchos de ellos, refiere el autor, no se supo nunca el desenlace.


El repasar las desgarraduras con el corazón descalzo, despierta las voces de mis propios fantasmas. Existen fronteras y fronteras, me repito. Me asusta estar cruzando un umbral irreconciliable.

Sufrimos los tormentos de los hombres, su crueldad florida,

su repetida guerra que apuñala nuestra luz, la herida.

Así, violadas, aniquilan la flor de nuestra risa.

No queda más que seguir las reglas del tormento,

pagar kilómetros de rieles con jirones de cuerpo.

y después, en el mismo poema:

y, ay, la mía cetrina y olvidada entre la muchedumbre de las plegarias,

rogando en cada estación la misericordia de la migra, de la policía,

del narco y la mara, la compasión de los compañeros de camino

quienes ofrecían mi sangre para ofrendarla a la lujuria de los otros

y salvarse; les rogué que ya no nos violaran, que no sembraran más

su asco ni la mierda de su ser en nuestros vientres (…). (Rodrigo, 2020,p.83)


Imposible no pensar en ella, que vino huyendo de su patria, sosteniendo a su familia y a la esperanza con sus extremidades aun temblando.  Que empujó su voluntad más allá de las limitaciones del cuerpo y aterrizo, por capricho de Dios (diría mi maestro), en el lugar donde trabajé asistiendo psicológicamente a personas migrantes y refugiadas, sobrevivientes del conflicto armado en Colombia. Que fue perseguida y torturada por intentar ofrecer otro futuro a lxs jóvenes acostumbrados a la vida de narcotráfico, sicariato y carteles. Que logró mantener la convicción y el sentido, cuando todo lo demás había sido apagado cobardemente y a la fuerza. ¿Y cómo no pensar en tantas personas más? ¿Cómo volverme a permitir caer en la dulce sedación de la rutina, de la ignorancia?


En las hojas del Libro centroamericano de los muertos, palimpsesto escrito sobre los horrores evidenciados por Fray Bartolomé de las Casas, Balam Rodrigo nos acerca, con la violencia característica que procura la realidad, a otra reescritura, la que cotidianamente se hace con borbotones de sangre y oscura, fúrica violencia, en y con los cuerpos de las personas migrantes centroamericanas que (en la mayoría de ocasiones) no tiene más remedio que abandonar sus hogares ancestrales, familiares, para cruzar la frontera del espanto y la esperanza. Resulta necesario aclarar: no son única y tristemente, por cierto, los pueblos centroamericanos quienes migran y quienes mueren en ese trayecto. En todo el continente (en todo el planeta), la gente migra, huye, sueña. Los silencios y los gritos de cada una de estas reescrituras tienen también, dolor sudamericano, dolor planetario. He cruzado una nueva frontera y, aunque existan fronteras y fronteras, se puede intentar, cotidianamente, que el tránsito de las mismas tenga mas de esperanza que de espanto, oxidando, mientras llega el día de la resurrección, con nuestra sangre las bestias metálicas y oscuras de la miseria humana.


y los huesos del migrante, dispersos todos,

se reunirán alrededor de su cuerpo sin cuerpo,

floreciendo hasta erguirse en la carne del día,

hermosamente altos, azules.

Todos regresarán del viaje hacia sí,

y en sus ojos, casamatas roídas por insectos,

crecerá nuevamente la flor de la lluvia.

Y el mar no tendrá descanso,

ni sitio donde ponerse.

Agotados, seguiremos aquí,

esperando el día de la vergüenza,

el día de la resurrección y la venganza:

Con la lengua y los huesos en eterna rotación. (Rodrigo, 2020,p.125)



Referencias:


Chávez, J. H. (2017). Te diría que fuéramos al Río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

Monárrez Fragoso, J. E. (2012). Violencia extrema y existenica precaria en Ciudad Juárez. Frontera Norte, 191-199.

Ortega, J. A. (11 de Enero de 2010). Cd. Juárez, por segundo año consecutivo, la ciudad más violenta del mundo. Obtenido de Seguridad, Justicia y Paz: Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal A.C: http://www.seguridadjusticiaypaz.org.mx/sala-de-prensa/58-cd-juarez-por-segundo-ano-consecutivo-la-ciudad-mas-violenta-del-mundolink

Rodrigo, B. (2020). Libro Centroamericano de los Muertos. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.

Santaolalla, G. (2016). La noche ya es día [canción]. En Qhapaq Ñan. Estudios "La Casa"



Andrés H. Serrano (Quito, Ecuador, 1991).

Psicólogo clínico, asistente en emergencias humanitarias, permacultor y poeta por vocación. Hace 7 años trabaja en temas de crisis y emergencias humanitarias entre las cuales figuran el terremoto de abril de Ecuador en 2016 (Universidad Andina Simón Bolívar, MSP, Comparte Ecuador), la crisis humanitaria de migración venezolana y trabajo con sobrevivientes del conflicto armado colombiano (ADRA-MIES, HIAS, HIAS-UNICEF, JRS). Va de frontera a frontera. Actualmente se encuentra estudiando una Maestría en Educación para la Paz y Psicoterapia Humanista en Ciudad Juárez. Considera que es posible amar en y con poesía, entre tanto dolor y guerra.

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